La irresistible
levedad del ser
7 de junio de 1810
“Rara felicidad de los tiempos en los que se puede sentir
lo que se quiere y decir lo que se siente” rezaba el lema de La Gazeta de
Buenos Ayres el jueves 7 de junio de 1810 cuando inició su circulación el primer
órgano de difusión y defensa de los ideales revolucionarios de Mayo; pergeñado
por el infatigable Mariano Moreno para que los ciudadanos de la aldea
estuvieran al tanto de los hechos, pensamientos y conductas de sus
representantes.
Desde entonces
regueros de tinta han recorrido la geografía del país, que tan tempranamente
como su independencia comprendía también
de la importancia de contar con un sistema de información propio, legado que
luego impulsó la creación de otros periódicos como vehículos de ideas,
instrumentos de militancia y hasta puestos de combate; para Domingo F. Sarmiento era una herramienta
para “educar al soberano” y
veneraba la comunicación escrita ya que
era la manera más idónea de registrar la historia, conocer las necesidades de
los ciudadanos y a la vez, eficaz para vigilar y controlar a los poderes, sostenía
Sarmiento que el diario era para los pueblos modernos, lo que el foro para los
atenienses.
La importancia otorgada
a la “letra de molde” en nuestra sociedad está indefectiblemente asociada a
nuestra forma de ser, “cuando se estudia
y analiza nuestro pasado, la formación de la conciencia nacional y aún nuestro
presente, no puede prescindirse del periodismo, actividad a la que recurrieron
nuestros próceres, militares, políticos, jefes religiosos, intelectuales y
científicos” (Emilio Corbière, 1992) ya que también es la prensa, la que
registra cotidianamente nuestra ideas y costumbres, aún frente a un mundo
infocomunicacional como el actual, la
palabra escrita no pierde vigencia ni prestigio.
25 de mayo de 1938
Hasta comienzos del
siglo XX, el periodismo argentino mantuvo esa impronta de ser una forma de expresión de los sectores dominantes que por
medio de la prensa imponía sus ideas, medios y periodistas estaban articulados
en esa tarea; los periodistas se consideraban a sí mismos como intelectuales
cuyo único interés era la formación de la opinión pública; apostolado que podían cumplir masivamente ya que hacia 1910
en Argentina circulaban 2 millones de ejemplares diarios a través de sólo cinco
medios impresos: Crítica, Noticias Gráficas, La Prensa, La Nación y El Mundo.
El descomunal
desarrollo de la prensa escrita transformó las relaciones de producción y
convirtió al periodismo en una industria que no podía seguir sosteniendo su vínculo
laboral sólo en la defensa de los ideales. Para otorgarle un marco legal acorde
a los tiempos que habían convertido a la noticia en una mercancía amparada en
la libertad de expresión, el Círculo de la Prensa de Córdoba organizó el
Congreso Nacional de Periodistas que se llevó a cabo el 25 de mayo de 1938, del
que surgen el borrador del Estatuto del Periodista y la consagración del 7 de
junio como la fecha marcada en el calendario para pensar qué representa la
libertad de pensamiento tanto para las empresas como para el Estado.
El cambio de
paradigma permitió una redefinición de la labor periodística, el pasaje del
periodista bohemio que solo vivía para difundir ideas a la proletarización de
la profesión más acorde con la prensa industrial moderna, “dada
la complejidad de la división de trabajo en la prensa moderna, las relaciones
entre periodistas y propietarios habían dejado de ser puramente privadas para
convertirse en una cuestión pública. En las disputas cada vez más notorias
entre periodistas individuales y propietarios de grandes diarios, sólo el
Estado tiene la capacidad de ejercer una mediación y defender a los primeros,
que son, al fin de cuentas, los que producen el contenido público de los
diarios” (James Cane, Prensa y
peronismo[2007]).
7 de junio 2013
Si bien la tradicional
definición de periodismo como actividad informativa en cualquier medio de difusión
que recoge acontecimientos para presentarlos a la opinión pública, prestando un
servicio de interpretación y orientación a la población no ha variado
sustancialmente, el salto tecnológico de los últimos años está produciendo
cambios notables en las relaciones de los medios con el público. Hoy cualquier
ciudadano que tenga una cámara digital a mano, un teléfono móvil con cámara,
puede registrar la realidad y merced a Internet distribuir ese hecho por la red
en sólo un clic de tiempo, eliminado la intermediación como principal
patrimonio profesional.
El descomunal avance de las
tecnologías de la información y la comunicación no constituye el único factor
de cambio en la histórica relación entre la prensa y la sociedad, los
significativos avances que la actual coyuntura política ha introducido en el
medio, permite una nueva mirada del rol político, social y cultural de la
comunicación y sus actores, de la que la Ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual no es ajena.
Producto de ello son
hoy son los nuevos puestos de trabajo en el sector audiovisual, las radios
escolares, las nuevas señales de televisión comunitarias, los nuevos cables, la
despenalización de los delitos de calumnias e injurias, la declaración de
interés público de la producción del papel para periódicos, el fomento a la
producción local, los dispositivos de capacitación a los usuarios en el uso de
recursos mediáticos y otra variada gama de mecanismos para promover una mayor participación
de los ciudadanos en los medios de comunicación.
El resultado –de hoy, de
1938, de 1810- sigue siendo el rol del periodismo, el Estado y las
empresas; que al de ayer lo concibieran
los periodistas de las grandes empresas y al de hoy los que trabajan en la
comunicación popular, es un indicio que nos indica cuál es el lugar de los
periodistas en la construcción de ciudadanía, como señala Tomás Eloy Martínez: “el periodismo es ante todo, un acto de
servicio. Es ponerse en el lugar del otro, y a veces, ser otro”.
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