No voy a escribir sobre Cortázar. Me niego. ¿Por qué nació
en Bruselas? Busque en Wikipedia. ¿Por qué murió en París? Diríjase al
diccionario amigo. Nada puedo agregar que no se sepa. Prefiero leerlo y que de
él escriban los que saben.
¡Espere! No se vaya que ni siquiera hemos comenzado. Tome un
libro (por ejemplo, Rayuela). Acaricie con las yemas de los dedos la cubierta.
Sin apuro. Ábralo aproximadamente en el medio. Cierre los ojos y acerque la
nariz al papel. Inhale profundamente, llenando los pulmones de literatura.
Aléjese y cierre el ejemplar. Lea el título, en dorado: Rayuela. Pregúntese:
¿tengo ganas de jugar? En caso negativo, coloque el libro sobre una repisa y
desaparezca.
Supongamos que escogió otro libro (por ejemplo, Historia de
Cronopios y de Famas). Repita el procedimiento y pregúntese: ¿por qué voy a
leer a Cortázar? Las respuestas pueden resultar variadas y torpes: “porque hay
que leerlo”, “porque es un clásico”, “porque me lo recomendaron” u otra
barbaridad coherente y racional. ¡Aléjese rápido porque el absurdo lo acecha! Coloque
el libro en una repisa y desaparezca.
Tal vez se encontró con un cuento aislado (por ejemplo, El
Perseguidor). Pregúntese: ¿por qué leer una biografía que no es una biografía?
Una pregunta sensata. Agáchese, despacio. Debe correr un riesgo. Usted no sabe
si hay continuidad en los parques, un embotellamiento en la autopista u
hormigas en su jardín. Tenga miedo sin miedo. El mundo se volvió una loquería.
Incorpórese. ¡Despacio! Tome asiento e inhale literatura como se indicó
anteriormente. Póngase cómodo. Ya está listo para comenzar la lectura. Ahora
sí, empiece por donde usted quiera.
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