12 dic 2014

La letra con sangre entra

Hay un sabio aforismo que reza "si seguimos haciendo lo que hacemos, nos seguirá yendo como nos va." Me parece que esto se aplica de molde a algunas facetas extrañas (por decir lo menos) de nuestro modo de ser.

Nos quejamos, y hasta cierto punto con razón, de las administraciones que nos tocan. La parte de razón consiste en que se supone que quien se postula para un cargo en el Estado ha hecho un examen de conciencia y se ha interrogado acerca de sus capacidades para el puesto que quiere ocupar en el cursus honorum de la carrera política.

Pero la otra cara de la moneda es que solemos elegir a personas que no han demostrado previamente su capacidad para el ejercicio de ese cargo, ya sea en debates públicos con sus contendientes o en ruedas de prensa con preguntas y repreguntas sin censura.

Otra faceta curiosa es nuestro comportamiento en los lugares públicos. Visitamos Uruguay (sólo conozco ese amable país por referencias) o Chile (estuve un par de semanas hace algunos años) y nos admiramos de su orden y limpieza. Tal pareciera que quienes estacionan en doble fila o tiran papeles y bolsas al piso sin preocuparse por los demás (me refiero a Argentina) fueran marcianos. Siempre son los otros, no yo. Parece que no nos damos cuenta de que estas actitudes de suma negativa no sólo son perjudiciales para la convivencia civilizada, sino que además cuestan dinero, de una manera u otra. Si estacionamos en doble fila, le robamos tiempo a quien nos tiene que esperar; si tiramos porquerías a los espacios públicos, debemos pagar personal de limpieza para que limpie. Eso sin considerar el aspecto estético; me resulta difícil creer que se pueda ser indiferente a la vista de un parque sucio.

Por estos días se debate en Córdoba, Argentina, la modernización del antiguo Código de Faltas, por nuevos bautizos Código de Convivencia. Entre otros agregados, se prevé penalizar a quienes permiten que sus canes dejen sus deyecciones en espacios públicos.
Esto es correcto; a nadie le agrada pisar caca de perro; pero la pregunta es: ¿por qué no se incluye en el artículo pertinente la penalización del arrojo de toda clase de porquerías al suelo, y no sólo caca canina? Por supuesto que con sólo el dictado de un Código no vamos a cambiar por arte de birlibiri lo que una costumbre, pero si un agente de policía se nos acerca para intimarnos a levantar lo que hemos tirado desaprensivsamente al suelo, será muy difícil decirle que no, ya que la actitud puede implicar nuestra detención y arresto redimible por multa.

También es curioso de observar que ni bien transponemos la frontera con los países limítrofes, nuestra actitud cambia. Quizá no nos convirtamos en ciudadanos conscientes de un momento para el otro, pero el cambio existe. Esto podría ser una demostración de que el viejo aforismo de que "la letra con sangre entra" sigue teniendo vigencia.

Eustaquio.
eustaquiolobos@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario