9 mar 2015

Y…esto no es novela

Llovió cuatro años, once meses y dos días. Hubo épocas de llovizna en que todo el mundo  se
puso sus ropas de pontifical y se compuso una cara de convaleciente para celebrar la escampada,
pero pronto se acostumbraron a interpretar las pausas como anuncios de recrudecimiento. Se
desempedraba el cielo en unas tempestades de estropicio, y el norte mandaba unos huracanes
que desportillaron techos y derribaron paredes, y desenterraron de raíz las últimas cepas de las
plantaciones.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad
Bien podríamos relatar una situación de ficción, como la del libro del escritor colombiano. Lo cierto es que lejos estamos de eso. Lo que ocurrió en gran parte de Sierras Chicas el 15 de febrero, y después, es pura realidad, dura, triste, desoladora realidad. La furia desatada por la naturaleza golpeó en el centro de nuestras entrañas. Los ríos colapsados inundaron nuestra cotidianeidad, llevándose consigo a vecinos, viviendas, comercios, caminos, vehículos, animales. Llevándose consigo los sueños, trabajo y fuerzas de muchos. Toda la comunidad sintió el efecto catástrofe.
 El 15 F –la moda de denominar de este modo sucesos relevantes- significa demasiado: febrero, fatal, funesto, feroz, fugaz, fallecimiento, flora, fauna, final, fallar, febril, fétido, fervor, fisura, futuro. Y seguramente mucho más
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El 15 de febrero comenzaba el último fin de semana largo antes del comienzo de clases, se festejaba el carnaval con corsos y festividades de todo tipo para ponerle fin con alegría a la temporada de verano. Turistas que aún permanecían en las diferentes localidades, otros que se sumaban al carnaval, más los habituales moradores de la zona, vivieron días aciagos, y en algunos casos con muertes de sus seres queridos.
La solidaridad ante la catástrofe fue el hilo conductor de los vecinos que salieron a ponerle el pecho a la situación que sufrían con asombro y dolor. El agua no perdona y a su paso se llevó todo lo que pudo: personas, puentes, vados, autos, casas enteras, animales.
La que vivió, y sigue viviendo, Sierras Chicas, que se replica en gran parte de la provincia y provincias limítrofes – San Luis, Santiago del Estero, Santa Fe- puede separarse en dos zonas regionales de análisis. Una que va desde Jesús María a Salsipuedes, la otra, de Río Ceballos a Saldán. Hacemos esta distinción por la incidencia que el Dique La Quebrada tiene (ver informe página 13).
No nos debemos olvidar de un dato fundamental: la mano del hombre en la degradación del ambiente, lo que posibilita que los eventos climáticos sean más constantes y poderosos, y las opciones de prevenir mucho menores (ver entrevista página 4)
Lo que es común en todas las localidades es la situación de desborde en que se encuentran las municipalidades y funcionarios ante semejante catástrofe. Cuando pareciera que algo comienza a solucionarse o estabilizarse, nuevamente las inclemencias del clima retoman para decir presente. Ante esto, sumado a la perdida de bienes, viviendas, la falta de servicio, la propia ineficiencia de gobiernos en algunos casos y antes algunas circunstancias, el humor social va creciendo. Los ciudadanos, principalmente los más afectados, necesitan soluciones. Han pasado casi tres semanas, al cierre de esta edición de Ñu Porá, y los vecinos pierden la paciencia y muchos ya se agolpan en las sedes municipales buscando hacerse escuchar, esperando del otro lado respuestas concretas.

Desde Jesús María a Salsipuedes

En Jesús María la creciente de los ríos y los daños producidos se sintieron con mayor fuerza tras las lluvias producidas entre el 1 y el 3 de marzo. Si bien la del 15 de febrero provocó caídas de puentes y anegación de caminos, las más recientes precipitaciones dejó incomunicada a parte de la ciudad, destruyó viviendas y puentes de acceso, vecinos debieron ser evacuados, el servicio de agua y energía inhabilitado.
El paso entre Jesús María y Ascochinga está  interrumpido por la caída, del puente Bailey.
Es en Ascochinga es donde, lamentablemente, se encontró el cuerpo sin vida de Mariana Di Marco, la joven scout arrastrada por la corriente. Con ella, se confirmaron oficialmente que, hasta ahora, ocho son los muertos, lo peor que la catástrofe ha producido.
Hacía abajo, la correntada y la acumulación de agua, dejó severos inconvenientes en Agua de Oro, Las Vertientes, Villa Ani Mí.
En Salsipuedes hizo lo suyo. Un paso alternativo se debió habilitar por trasladarse al sector de El Pueblito, por lo cual, entre todos los inconvenientes, el sistema de transporte público se vio limitado. Con respecto a la reparación de la Ruta E 53 dañada, Vialidad Provincial informó que en el lugar se realizará una nueva obra, que incluye la canalización del arroyo en el sector, para lo cual se colocarán tubos de desagüe de gran porte, y la posterior reconstrucción de la carpeta asfáltica sobre la Ruta.

Desde Río Ceballos y a Saldán

Quizá en este sector de las Sierras Chicas la situación haya sido peor en cuanto a complicaciones de infraestructura, falta de agua, cantidad de damnificados y  evacuados. Es en Río Ceballos se produjo el mayor número de fallecimientos.
Y hay que referirse a Río Ceballos, por todo lo ocasionado por el temporal, pero además por las opiniones y análisis de especialistas que sostienen que la magnitud de la creciente del río que recorre la ciudad, se debió en gran parte por las condiciones de abandono y la (no) regulación de cota del Dique La Quebrada. Toda esa agua que sobrepasa por el paredón se tendría que haber bajado y mantenido constantemente. Cuando los afluentes crecieron, ya no había lugar para la contención. El líquido escurrió hacía abajo con tal fuerza y caudal que arrasó parte de la ciudad. Al juntarse con el río Los Quebrachitos, que “borró del mapa” el centro unquillense, destruyó los barrios Pizarro, Forchieri, Cigarrales, La Mercedes, entre otros, de Unquillo. No se detuvo. A su paso seguía Mendiolaza, localidad que también sintió el caos, siendo desbastados barrios, polideportivo, comercios, costanera, puentes y ruta E 53.  Villa Allende fue la última ciudad severamente afectada. Entre calle Mariani y costanera, todo quedó bajo agua y barro. Comercios enteros y viviendas sufrieron la tempestad. El cauce del río a su paso se llevaba en su andar lo que había al paso.

Lo que queda

Además de muertes, escombros, ruinas, y de todo lo que hay que trabajar para devolverle a las ciudades un funcionamiento medianamente estable, queda instalado el temor en el imaginario social, el miedo ante cada tormenta que todo vuelva a repetirse. Quedan miles de familias y niños sin hogar, sin lugares de esparcimiento, sin juguetes, con muy poco que pueda devolvernos una sonrisa, un momento de (aparente) felicidad.
Además de la ayuda del ejercito, gendarmería, policía, dependencias provinciales y nacionales, queda, sobre todo, la ayuda desinteresada de las manos solidarias, de los bomberos voluntarios, de agrupaciones religiosas, de la universitarios, de vecinos, de aquellos con pusieron cada granito para sacar barro, para limpiar las viviendas. De aquellos que donaron agua, ropa, comida, artículos de limpieza, para que los que perdieron todo pudieran recibir algo. 

Además de las estúpidas mezquindades de los partidos y agrupaciones políticas, que aprovechan la tragedia para sacar su tajada, de los “vivos” que nunca faltan para pedir sin haber sido afectados, queda la iniciativa de aquellos que organizan encuentros culturales con el fin de juntar donaciones. 

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