23 oct 2010

12 de Octubre - Repensar la historia

Repensar la Historia
Cuando en 1992 se cumplieron quinientos años de la llegada de Colón y los españoles a nuestro continente, empezaron a escucharse con más fuerza las voces que se preguntaban si debíamos seguir “festejando” aquella fecha y si debíamos seguir hablando de “descubrimiento”.  Galeano cita al sacerdote español Ignacio Ellacuría quien le dijo que le resultaba absurdo eso del Descubrimiento de América. “El opresor es incapaz de descubrir: -Es el oprimido el que descubre al opresor. Él creía que el opresor ni siquiera puede descubrirse a sí mismo. La verdadera realidad del opresor sólo se puede ver desde el oprimido.”
Llamativamente, vaya a saber si por olvido o porque existe una saludable duda al respecto, en la página de internet del Ministerio del Interior que establece los feriados nacionales para el año 2010, no establece ningún motivo de conmemoración para el 12 de octubre.
Por lo tanto, ya es hora de hablar lisa y llanamente de la conquista de América o de la invasión española o portuguesa a nuestro continente. ¿Acaso no se habla de la “Invasión”  de los pueblos Bárbaros al Imperio Romano aún cuando tiene muchos componentes que ponen en duda precisamente ese término?
¿Pero es algo vano y sin importancia ponernos a debatir sobre una palabra? No lo es. Así como la manera en que está redactado el título de una noticia en un diario, un informativo radial o televisivo denota la visión e intencionalidad del autor y según los especialistas coadyuvan a la construcción de subjetividad; lo mismo ocurre si se trata de temas históricos. El establecimiento de un título para determinado hecho histórico y su afianzamiento en el tiempo, contribuye enormemente a la construcción de una identidad colectiva y por ende a la consolidación de ciertos prejuicios o preconceptos en la sociedad. La historia argentina tiene sobrados ejemplos. Así, decimos “descubrimiento” de América, cuando se trata de una conquista europea sobre nuestras tierras y los pueblos aborígenes. Consecuencia: consideramos la presencia de lo extranjero como una bendición, un arribo del progreso y la civilización, al mismo tiempo que nos enajenamos, desvalorizamos lo propio y sentimos menosprecio por lo autóctono. De la misma manera, decimos “conquista del desierto”, efectivamente para referirnos a una apropiación de tierras pero que no era ningún desierto sino el territorio donde vivían miles de aborígenes habitantes argentinos que fueron despojados y maltratados. Consecuencia: nadie pone en tela de juicio la propiedad de centenares de miles de hectáreas que poseen nuestras familias aristocráticas en las mejores tierras de nuestro país.
También en forma llamativa, en numerosos libros de historia argentina con el término “revolución” se denomina ni más ni menos que a los golpes de estado. Con semejante título, uno se prefigura de antemano la característica de revuelta popular y cambio en la sociedad que pudo generar el hecho, cuando en realidad consiste en todo lo contrario: conspiración de minorías y política conservadora. Consecuencia: numerosos argentinos consideran válido y legítimo el golpe de estado como salida institucional.
El título que se le da en historia a un hecho, se transforma así en la síntesis por excelencia de un tema pero si es establecido por aquellos que detentan determinado poder, ayuda a premoldear y prefigurar el pensamiento posterior que tenga la sociedad sobre el asunto, instalándose en el inconsciente colectivo por generaciones. Y así fue, entre tantos temas, con el conocimiento que tenemos de la historia colonial: prácticamente nulo. Durante tres siglos fuimos dominados por España, pero como dice el historiador Felipe Pigna, es la etapa menos estudiada y sin embargo la que esconde “varias de las claves de interpretación del presente argentino”. En esos años se producen los repartos de tierras, las concesiones comerciales y los permisos de trata negrera, base de las fortunas de muchas familias patricias.
Es precisamente de esta etapa que nos ha quedado, sin tomar conciencia y sin valorar su relevancia, la concentración de la tierra en pocas manos y la psicología del stablishment de pensar en función de necesidades externas y no en función de las nacionales. Algo que no es cuestionado.
En cambio sí quedaron en la conciencia de la población los prejuicios y la intolerancia racista: el desprecio y burla a lo aborigen y a lo negro como sinónimo de atraso y de incultura. Incluso la utilización de estos términos para insultar a una persona. Sumado a la consolidación de paradigmas de identidad falsos como que Argentina es un país europeo; cuando la historia demuestra que teníamos más población descendiente de africanos en la etapa de la independencia que Estados Unidos y que, según expertos de la UBA, el 56% de los argentinos tiene antepasados aborígenes.
Vale la pena repensar el 12 de octubre en otros términos y reelaborar sus consecuencias. Así comprenderemos que las estructuras sociales y económicas coloniales que impuso el conquistador hace cinco siglos aún perduran y se profundizaron después de la independencia. Si lo hacemos, descubriremos el rostro verdadero de nuestra opresión y eso sería un paso importante para liberarnos.
Prof. Lic. Mario Romero

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