7 nov 2014

El Hilo de Ariadna

Las indicaciones de Roberto son precisas. Conociendo mínimamente la ciudad, no hay forma de perderse para llegar a su casa. Cuento con un dato único: escribe obras de teatro para títeres. La construcción de paredes rojas, en la cima de una sierra, me resulta un lugar adecuado para un hombre de ese oficio. Refiero lo que sé y comienza a contar: “Soy autor de obras de teatro. Entre ellas, algunas son para títeres”, aclara.

A Teseo, Ariadna le entregó una espada mágica y un ovillo de hilo (que ella había hilado) para que pueda salir del laberinto una vez que haya asesinado al Minotauro. Se había enamorado a primera vista del hijo de Egeo y lo quiso de regreso con ella luego de la hazaña. “El hilo de Ariadna es la salida de esta confusión en la que vivimos. Ella lo hace por amor. Lo que nos falta es amor”, dice con la voz pausada el autor de La República del Caballo Muerto.

Se sienta con un libro en la mano. La historia de Roberto Espina atraviesa tres cuartas partes del siglo XX y todo el siglo XXI. Su grupo de teatro itinerante recorrió el país durante años, llevando obras, gente y arte por diferentes rincones del país. Actor, mimo y dramaturgo pero también utilero, vestuarista y todo lo que hiciera falta para poner el espectáculo sobre las tablas. “Nunca hicimos plata pero siempre tuvimos para vivir. Llevábamos una vida bohemia, todo autogestionado. Éramos gente de teatro, no sólo actores”.

Su historia personal hace contacto de un modo permanente con la historia cultural de Argentina. En el estudio del arquitecto Bustillo, “un aristócrata que estaba feliz de tenernos ahí”, da sus primeros pasos con el teatro. En su andar encontró a Estela Obarrios Bell, Gerardo Pisarello, Paco Urondo, Chiri Rodríguez, Oscar Ferrigno, Pino Solanas y Marcel Marceau,  entre tantos incontables otros. Sólo este hecho sería motivo para que cualquiera se vanaglorie. Pero lo suyo no termina ahí y cuenta que vivió en Chile, Panamá, México y Mozambique, donde la malaria le quitó a su compañera.  En Argentina, residió en Buenos Aires, Mendoza, Unquillo y Río Ceballos.

¿Por qué esa trama ecléctica de personas y países? ¿Huye de sus miedos? Su respuesta no está teñida de oscuridad. “Siempre fui motivado por la búsqueda de ejercer el oficio. El oficio te lo exige, es itinerante. Soy un nómade.” Habla despacio, atravesado por una humildad que siempre resulta genuina.  Ariadna utilizó su hilo para salvar a su amado. Roberto hiló por amor a lo que hacía, por ir tras el teatro actuando, escribiendo obras, guiones de cine, activando la cultura en la Universidad de Comahue, posando para la publicidad del momento aunque, confiesa, la publicidad fue un trabajo que no hizo con placer.

Lo inquieta el hombre moderno que supimos construir, ese que intenta llenar el vacío de ser comprando cosas; ese que para conseguir el último modelo desintegró la vida familiar. “La humanidad es una gran familia. Hay algunos que tienen el alma podrida, pero no dejan de ser familia”. Recuerda a sus amigos comunistas pero, sobre todo, los anarquistas. “Ellos tenían una humanidad particular y yo compartía la filosofía de ese movimiento libertario”.

Por el momento, abandonó la dramaturgia. Ahora trabaja en cuentos, propone ensayos y prepara un evento para el 6 de noviembre en la casa Azul, en Río Ceballos. Su generosidad excede la hora y media que dura la entrevista. Me regala su libro Obras Incompletas. Desde las sierras, seguirá hilando con fibras de poesía, magia y arte. Desde la llanura, siempre le estaremos agradecidos.

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